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viernes, 20 de mayo de 2011

El oro de Midas

Cuando Midas aún era un niño, una adivina le había predicho que conseguiría poseer una gran riqueza. Con ello en mente a lo largo de toda su madurez, consiguió convertirse en un rico y poderoso rey, pero nunca se conformaba con la riqueza y poder que ostentaba, si no que siempre deseaba más, queriendo poseer y disfrutar de todo aquello que fuera posible.

Un día Sileno, un amigo del dios Dionisio, fuertemente afectado por los efectos del vino, terminó quedándose dormido en el impresionante jardín de rosas propiedad del rey Midas. Cuando a la mañana siguiente los jardineros lo descubrieron, fue inmediatamente enviado ante la presencia del rey. Fue entonces cuando Sileno le relató grandes historias de lejanos países, así como sobre su amistad con el dios Dionisio.

Después de una semana como huésped del rey Midas, Sileno regresó junto a Dionisio, el cual estaba preocupado por la larga ausencia de su amigo. Ante la alegría por el regreso de su amigo, Dionisio le ofreció a Midas el cumplimiento de cualquier deseo que quisiera a modo de recompensa por cuidar de Sileno durante toda una semana.

La codicia de Midas le poseyó entonces por completo, confesando a Dionisio su deseo: “Que todo lo que toque se convierta en oro”. Simplemente con esa petición, el deseo se convirtió instantáneamente en realidad. Tocó una rama partida en el suelo, y esta se convirtió en oro; cogió una piedra con su mano y esta se convirtió en oro, tomó una manzana del árbol, y esta se convirtió en oro.

Pero la felicidad del rey no duró mucho tiempo. En cuanto llegó el momento de celebrar con un manjar el deseo concedido por Dionisio, tomó pan, y este se transformó en forma de oro en su boca, intentó entonces beber un poco de agua, pero esta se solidificó con el brillante color del oro. No sólo todo aquello que tocaba con sus manos se convertía en oro, si no también todo aquello que se llevaba a la boca.


Su desesperación le llevó a rezar al dios Dionisio para liberarse de lo que de ser un deseo se había transformado en maldición. Éste no tardó en compadecerse de él, y le contestó: “Ve a la montaña en busca de un río de nombre Pactolo, y entonces sumerge tu cabeza en su fuente y lávala con sus aguas”.

Dionisio inmediatamente obedeció la orden divina, y salió en busca del río. En el momento que lo encontró en lo alto de la montaña, puso su cabeza bajo la fuente del río, y la maldición lo abandonó instantáneamente. Tras esa mala experiencia, el rey Midas se marchó de su palacio para perderse en los profundos bosques lejos de todo el poder y riqueza que toda su vida había perseguido. Aún así, su corazón no había sanado… pero eso es ya otra historia que contar.

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