Danae es otra de las mujeres mortales que inspiran un gran amor al padre de los dioses. También en este mito se unen, como en casi todos, el amor, la belleza y la muerte. No nos cansaremos de repetirlo: ¿se puede hablar acaso de una verdadera historia de amor que no esté inspirada por la belleza de la mujer y que no termine por la muerte de alguno de los dos protagonistas, o de ambos? Existen muy pocas leyendas de amor feliz, y entre ellas la de Filemón y Baucis, que es uno de los mitos más tiernos y consoladores de la antigüedad, y que también se cuenta en este libro.
En la ciudad de Argos hay un rey llamado Acrisio que tiene una hija muy bella, Danae. 3 Muchos príncipes vecinos la pretenden, pero su padre no la deja casar con ninguno, porque el oráculo, cuando nació la niña, anunció que el primer hijo que ella tuviera daría muerte a su abuelo. Y Acrisio ama mucho a su bella hija, pero también ama su propia vida.
El mito del hijo que por fuerza mayor, por destino, ha de matar al padre, o el del nieto que ha de matar al abuelo, es muy frecuente en la leyenda griega. Puede ser debido en parte al deseo latente de reinar que se suponía en todos los hijos y nietos de reyes, y acaso a la triste realidad, repetida más de una vez, de hijos de reyes que mataron a sus padres para sustituirles.
Y en parte también al sentido trágico de la existencia que los griegos pusieron en el fondo de casi todas sus leyendas. Veían la existencia del mal, de la calamidad, y trataban de justificarlos con las voces de los oráculos caprichosos y con las pasiones negativas de los dioses que repercutían en los hombres. No hay ninguna buena razón para que un hijo mate a su padre. Pero si los dioses lo quieren así y el oráculo lo ha anunciado, el hijo no puede dejar de cumplir su destino.
Acrisio, para evitar que el oráculo se cumpla, aparta a su hija del trato con los hombres. Manda construir una torre de bronce y en ella encierra a Danae. No le regatea ninguna comodidad, pero no la deja salir de su prisión. Y manda hacer un extraño pregón entre los príncipes vecinos: que Danae, su hija, ha de ser considerada como muerta, y que es inútil que ninguno pida su mano.
Todos los príncipes sospechan que Danae está encerrada en algún sitio, pero ninguno sabe dónde. El rey de Argos es poderoso, y ningún príncipe se atreve a hacerle la guerra para salvar a Danae. Y así pasa el tiempo y la pobre doncella ve pasar los días y los años consumida en el encierro.
Zeus manda de vez en cuando emisarios a la tierra para que se enteren de las cosas de los hombres y se las cuenten. Uno de ellos le cuenta la historia de Danae. El emisario no la conoce y no sabe si es tan bella como dicen.
Y el mismo Zeus, la primera vez que baja a la tierra, se acerca a la torre de bronce y ve a Danae a través de los hierros de la ventana. Le gusta mucho, la ama en seguida y quiere entrar a visitarla. Pero no sabe cómo hacerlo. En forma divina nunca se aparece a los mortales, y en forma humana no es capaz de atravesar los muros de bronce.
Un día, Danae está asomada a la ventana mirando el cielo. La ventana es alta, desde ella no puede ver la tierra, y la contemplación del azul y de las nubes es su único consuelo. Se empieza a formar una tormenta a lo lejos. Las nubes oscuras se van acercando, empujadas por un viento huracanado. Alrededor de la torre de bronce se deshacen en lluvia torrencial. Danae contempla el espectáculo divertida. Sabe que la torre es invulnerable y la tormenta es su única distracción.
De pronto, entre las nubes oscuras aparece una nube dorada y resplandeciente que se acerca a la ventana y allí se deshace en una prodigiosa lluvia de oro que cae toda dentro de la prisión. Danae queda muy sorprendida. Y lo estaría más si supiera que aquella lluvia de oro es una forma que ha tomado Zeus para acercarse a ella.
La bella muchacha se ve rodeada de luz y de calor. Siente como si unos brazos misteriosos e invisibles la oprimieran.
En la ciudad de Argos hay un rey llamado Acrisio que tiene una hija muy bella, Danae. 3 Muchos príncipes vecinos la pretenden, pero su padre no la deja casar con ninguno, porque el oráculo, cuando nació la niña, anunció que el primer hijo que ella tuviera daría muerte a su abuelo. Y Acrisio ama mucho a su bella hija, pero también ama su propia vida.
El mito del hijo que por fuerza mayor, por destino, ha de matar al padre, o el del nieto que ha de matar al abuelo, es muy frecuente en la leyenda griega. Puede ser debido en parte al deseo latente de reinar que se suponía en todos los hijos y nietos de reyes, y acaso a la triste realidad, repetida más de una vez, de hijos de reyes que mataron a sus padres para sustituirles.
Y en parte también al sentido trágico de la existencia que los griegos pusieron en el fondo de casi todas sus leyendas. Veían la existencia del mal, de la calamidad, y trataban de justificarlos con las voces de los oráculos caprichosos y con las pasiones negativas de los dioses que repercutían en los hombres. No hay ninguna buena razón para que un hijo mate a su padre. Pero si los dioses lo quieren así y el oráculo lo ha anunciado, el hijo no puede dejar de cumplir su destino.
Acrisio, para evitar que el oráculo se cumpla, aparta a su hija del trato con los hombres. Manda construir una torre de bronce y en ella encierra a Danae. No le regatea ninguna comodidad, pero no la deja salir de su prisión. Y manda hacer un extraño pregón entre los príncipes vecinos: que Danae, su hija, ha de ser considerada como muerta, y que es inútil que ninguno pida su mano.
Todos los príncipes sospechan que Danae está encerrada en algún sitio, pero ninguno sabe dónde. El rey de Argos es poderoso, y ningún príncipe se atreve a hacerle la guerra para salvar a Danae. Y así pasa el tiempo y la pobre doncella ve pasar los días y los años consumida en el encierro.
Zeus manda de vez en cuando emisarios a la tierra para que se enteren de las cosas de los hombres y se las cuenten. Uno de ellos le cuenta la historia de Danae. El emisario no la conoce y no sabe si es tan bella como dicen.
Y el mismo Zeus, la primera vez que baja a la tierra, se acerca a la torre de bronce y ve a Danae a través de los hierros de la ventana. Le gusta mucho, la ama en seguida y quiere entrar a visitarla. Pero no sabe cómo hacerlo. En forma divina nunca se aparece a los mortales, y en forma humana no es capaz de atravesar los muros de bronce.
Un día, Danae está asomada a la ventana mirando el cielo. La ventana es alta, desde ella no puede ver la tierra, y la contemplación del azul y de las nubes es su único consuelo. Se empieza a formar una tormenta a lo lejos. Las nubes oscuras se van acercando, empujadas por un viento huracanado. Alrededor de la torre de bronce se deshacen en lluvia torrencial. Danae contempla el espectáculo divertida. Sabe que la torre es invulnerable y la tormenta es su única distracción.
De pronto, entre las nubes oscuras aparece una nube dorada y resplandeciente que se acerca a la ventana y allí se deshace en una prodigiosa lluvia de oro que cae toda dentro de la prisión. Danae queda muy sorprendida. Y lo estaría más si supiera que aquella lluvia de oro es una forma que ha tomado Zeus para acercarse a ella.
La bella muchacha se ve rodeada de luz y de calor. Siente como si unos brazos misteriosos e invisibles la oprimieran.
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